viernes, 11 de junio de 2010

El Sagrado Corazón


SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Del Rvdo. Padre Leonardo Castellani
8 de junio de 1945
Domingueras Prédicas II


El corazón del hombre representa todo el hombre, porque el corazón son los afectos, y nuestros afectos producen nuestros actos; y nuestros actos traducen todo nuestro interior; y el hombre es un ser interior, a diferencia del animal que es un ser exterior, volcado al exterior, gobernado por el exterior.

Para calificar rápidamente a un hombre, el pueblo califica su corazón: “Es un gran corazón”, “es un hombre de corazón”, “tiene buen corazón”, “tiene mal corazón”, “no tiene corazón”.

Lo primero se dice de un gran hombre; lo segundo, de un hombre valiente; lo tercero, de un buen hombre; lo cuarto, de un mal hombre; y lo quinto, de un perverso.

Y tiene razón el pueblo: porque “las cosas que salen del corazón del hombre son las que manchan al hombre”, así como las cosas que salen del Corazón de Dios son las que salvan al hombre.

Jesucristo durante su vida mostró que era un hombre de gran Corazón.

He aquí doce palabras que he tomado al azar del Santo Evangelio para mostrar cómo era el Corazón de ese hombre llamado Jesús, que atestiguó de Sí Mismo que era Hombre-Dios:


Corazón a la vez heroico y manso,
Que unió la fuerza con la dulcedumbre;
Valle florido, cuesta altiva y cumbre,
Del hombre de hoy el único descanso.


PALABRAS

I. Yo soy manso y humilde de corazón. (San Mateo, 11, 29)
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. (San Juan, 10, 11)
Ninguno ama mejor que el que da la vida por su amigo. (San Juan, 15, 13)

II. Amad a vuestros enemigos. (San Mateo, 5, 44)
Alegraos cuando os persiguen. (San Mateo, 5, 11)
No temáis a quienes pueden matar el cuerpo. (San Mateo, 10, 28)

III. Me compadezco de las turbas. (San Marcos, 6, 34)
El que esté puro que tire la primera piedra. (San Juan, 8, 7)
Vine a llamar a los pecadores. (San Lucas, 5, 32)

IV. ¡Ay de vosotros los ricos! (San Lucas, 6, 24)
¡Hipócritas, sepulcros blanqueados! (San Mateo, 23, 27)
Quien blasfema contra el Espíritu Santo no tiene perdón. (San Marcos, 3, 29)

¡Oh, míranos en este mal remanso,
Privado el mundo de tu voz y tu lumbre!
De tu obra te atribuyen el herrumbre,
Y hablar te sienten por boca de ganso.

Corazón blando y testa fuerte fuiste,
Cuando el blanco corcel salió triunfando,
Después, cuando en el rojo te escondiste,
Cabeza dura y duro pecho; y cuando
Al fin dejaste solo al mundo triste,
Andamos con el amarillo bando,
Corazón duro y seso blando.

Todo el Evangelio salió del Corazón de Cristo, naturalmente. Pero hay algunas palabras que lo retratan mejor, que parecen eso que llamamos “gritos del corazón”.

Y la traducción de esos gritos del corazón al mundo de hoy son las promesas del Corazón de Cristo “para estos últimos tiempos”, contenidas en las visiones de Santa Margarita María, que vivió en Francia al final del siglo XVII, antes de la Revolución Francesa.

Esas promesas constituyen lo que llaman una revelación privada, no lo que se llama una revelación pública. No son objeto directo de la fe, como la revelación de Cristo y sus Apóstoles, contenida en el Credo y en los dogmas.

Son objeto directo de la virtud de la religión, y sólo indirectamente de la fe. El que las despreciara cometería una falta; pero el que no pudiera creerlas, no cometería ninguna falta; sin eso se podría salvar: el mundo vivió sin ellas hasta hace tres siglos.


Las promesas, puestas en la forma más difundida, son éstas:

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.
2. Pondré paz en sus familias.
3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su amparo y asilo seguro en la vida y principalmente, en la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
7. Las almas tibias se harán fervorosas.
8. Las almas fervorosas se elevarán con rapidez a gran perfección.
9. Daré a los sacerdotes la gracia de mover aun a los más endurecidos corazones.
10. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y honrada.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán escrito su nombre en mí Corazón, y de él jamás será borrado.
12. Mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes consecutivos, la gracia de la penitencia final.


En estas promesas se basa la devoción al Sagrado Corazón, que la Iglesia ha acogido y fomentado tanto que hoy día decir cristiano fiel y fervoroso es decir devoto del Sagrado Corazón.

Ésta es la devoción de estos últimos tiempos, dijo el Señor a la Santa.

En todos los tiempos la Iglesia ha tenido la devoción a la divina Persona de Cristo, a la cual venera incluso cuando venera a los Santos; así como cuando adora a Cristo, no adora a una criatura sino a la Divinidad en Él, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al Dios invisible, inmenso e inaccesible, Criador del cielo y de la tierra.

Esto es para los protestantes, que por no entender ni lo que es adoración, veneración, intercesión, dicen que adoramos a los santos y nos acusan de idólatras; o como dicen los impíos de hoy, de “cardiólatras”, que adoramos un corazón, un músculo, un pedazo de carne.

¡Adoramos a Dios! Por suerte para nosotros, Dios se hizo hombre, fue un hombre como nosotros, pero mucho mejor que nosotros. Fue un hombre de gran corazón.


“Las cosas que salen del corazón del hombre ensucian al hombre”, y las palabras que salen del Corazón de Dios salvan al hombre, y el hombre de hoy no tiene más salvación que el Corazón de Jesucristo, ya que como sabéis no es otro que la Palabra de Dios hecha carne.

Entonces se acercan a Jesús algunos fariseos y escribas venidos de Jerusalén, y le dicen: “¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los antepasados?; pues no se lavan las manos a la hora de comer”. Él les respondió: “Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: «Lo que de mí podrías recibir como ayuda es ofrenda», ése no tendrá que honrara su padre y a su madre. Así habéis anulado la Palabra de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Luego llamó a la gente, y les dijo: “Oíd y entended. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre”. Entonces se acercan los discípulos y le dicen: “¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?” Él les respondió: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo”. Tomando Pedro la palabra, le dijo: “Explícanos la parábola”. Él dijo: “¿También vosotros estáis todavía sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre”. (Mt 25, 1-18)

Vemos en esta Parábola a Nuestro Señor agresivo y duro casi hasta rayar en la grosería; lo vemos también pesimista respecto del corazón del hombre.

¿Por qué es duro? Porque Cristo fue un hombre y no un merengue; y porque se encontraba delante del fariseísmo, que fue la cosa que más odió Cristo en su vida, por ser la cosa más repugnante y más peligrosa que existe, la falsificación de la religión, la hipocresía más sutil y profunda.

Jesucristo era un hombre capaz de odiar, porque era capaz de amar y el que puede amar puede también odiar y odia todo lo que sea contrario a su amor.

Cristo amaba a Dios, la religión, los hombres; y los fariseos eran los peores enemigos de Dios, de la religión y de los hombres. Tomaban el nombre de Dios como un comodín; tomaban la religión como un negocio; y a sus prójimos los despreciaban y los tomaban como animales para ordeñar.

Cristo, que siendo Hombre-Dios fue el hombre más religioso que ha existido (religión: unión del hombre con Dios), no les mandaba palabras dulces: los caló, los denunció, los increpó.

Ellos mataron a Cristo.

No penséis que esta clase de hombres se ha acabado. El fariseísmo es eterno. La decadencia de la religión es fariseísmo, y la religión decae continuamente por fuera mientras Dios la vivifica por dentro, como un árbol que crece de por la raíz y echa sus cortezas viejas y sus hojas secas.

Justamente la cosa que más me aterra y entristece del mundo actual es esa falsificación de la religión, y aun de la misma Iglesia, que empieza a brotar por todas partes. Dios odia eso.

¿Por qué Cristo describió tan feo el corazón del hombre, lo comparó a una letrina? Es claro que si lo que mancha al hombre es lo que sale del corazón, también lo que salva al hombre sale de su corazón, lo que lo purifica, lo que lo hermosea, lo que lo endiosa, sale de su corazón.

¿Por qué pues no dijo Cristo las dos cosas: el hombre es lo que es su corazón; de su corazón salen todos sus pecados; pero también en su corazón pueden habitar todas las virtudes? El corazón de un hombre puede ser el trono del Espíritu Santo.

Creo que dijo una sola parte porque de suyo, dejado solo, sin la gracia de Dios, el corazón del hombre segrega podredumbre. El hombre nace en pecado y es inclinado al mal desde su niñez. Sin el auxilio de Dios llamado la gracia, que se nos da invisiblemente, principalmente por medio de la oración y los sacramentos, el hombre no puede ser santo, una; no puede ser del todo recto, otra; y tercero, no puede salvarse, alcanzar su último fin y ser feliz.

No de solo pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios; y la Palabra Máxima de la boca y del corazón de Dios es Cristo.

No me puedo salvar yo solo a mí mismo, no me pueden salvar mi padre ni mi madre, no me puede salvar el Presidente Farrel, no me pueden salvar Churchill ni Roosevelt: el único que puede salvarme a mí es Cristo. El único que puede salvar al mundo es Cristo. No hay nadie Grande más que Dios, y los que están unidos con Dios, Cristo primero, después los Santos, después todos los que están en gracia de Dios.

Los fariseos pensaban que ellos se autosalvaban con las grandes virtudes que tenían o creían tener. El mundo de hoy está exactamente en el mismo tren: es un tren que anda descarrilando y chocando cada rato; es un tren que perdió la mano, que anda a contramano.

Fíjense en todo lo que se hace y se dice y verán cómo Dios está ausente (a veces está en los labios pero no en el corazón), y está lleno de hombres que están salvando la Humanidad, la Civilización, la Nación, sin necesidad de Dios.

Nos prometen restituir en la tierra el Paraíso Terrenal, sin necesidad de Dios. Se proponen reedificar la Torre que llegue hasta el cielo, el gran rascacielos, sin necesidad de Dios.

Más aún, vuelan por el cielo y se proponen hacer lo mismo que hizo el primero que voló y dijo: “Pondré mi trono más arriba de las estrellas, seré igual que Dios” (Isaías, 14, 13-14); y se vino abajo. Tuvo un accidente del que todavía no se ha compuesto. No tiene compostura.

Pues bien, el mundo anda por ese camino: prescinde del Corazón de Dios, de lo que salió de la boca de Dios, de la Esposa terrenal que salió del Costado de Cristo, la Iglesia, como Eva salió del costado de Adán.

Y naturalmente, del corazón del hombre sale hoy día lo que dijo Cristo: crímenes, crueldades, injusticias y porquerías.

Amados hermanos, yo no quiero asustaros ni preocuparos más de lo justo, demasiadas cosas tristes y trabajosas tenemos los que estamos aquí; los que vienen a oír un sermón del Sagrado Corazón el Viernes después de la Octava de Corpus no son los adúlteros, los ladrones, los prepotentes ni los que se dan la gran vida en este mundo a costa del trabajo ajeno.

Pero yo os digo que si el mundo sigue en este tren, vamos al último choque. Yo espero que el mundo enderezará sus caminos, aunque no veo quién puede hacer eso fuera de una gran efusión milagrosa y gratuita del amor de Cristo.

Yo espero en esa efusión, porque todavía no se han cumplido todas las profecías, por ejemplo, la conversión de los judíos. Pero si el mundo no endereza sus caminos, es cierto que vamos a los tiempos del Anticristo, a la última persecución, la más terrible de todas; a los tiempos que no los hubo peores desde el día del Diluvio, en que desfallecerán, si fuera posible, hasta los mismos escogidos, en que el mundo agonizará esperando la Segunda Venida del Salvador, y aparecerá un falso Salvador, hijo del Demonio, y el Demonio tendrá sobre el hombre un poder como nunca lo ha tenido, “a causa de que muchos harán la injusticia, y por eso se enfriará en sus corazones el amor”.

¿Y qué hemos de hacer? Lo primero, saber que no podemos hacer nada sin Cristo: “Sine Me nihil potestis facere”: sin Mí nada podéis hacer.

Lo segundo, obrar enérgicamente nuestra salvación; y por medio de la nuestra, la del prójimo.

Lo tercero, confiar inmensamente en la bondad y generosidad de Cristo.

Éste es el sentido de las doce promesas. En el Evangelio hay promesas tan grandes como ésas, solamente que no son tan concretas. Cristo dijo: “El que dejare por Mí padre y madre, esposa, hijos, casa y posesiones, le daré el ciento por uno y después la vida eterna”. Cristo dijo: “Un vaso de agua que deis a un pobrecito por Mi Nombre no quedará sin recompensa”.

La misma Gran Promesa que asusta a muchos no es nada inconcebible dentro de la Teología Católica. La Gran Promesa no significa que al que comulgue nueve primeros viernes de cualquier manera, Cristo lo va a llevar al Cielo, aunque después cometa todos los pecados que quiera.

Eso es absurdo.

Significa que al que haga ese esfuerzo notable (que en nuestros días es esfuerzo notable) de vivir un año entero rindiendo a Jesucristo ese gran homenaje, Cristo le dará gracias para vivir toda la vida sin pecado mortal, o por lo menos, de no morir con pecado mortal. ¿Acaso Cristo no ve desde ya todo lo que va a suceder? ¿Acaso Cristo no puede mandar la muerte después de la Nona Comunión a un hombre que Él viese que se había de perder si viviese muchos años?

El sentido de las doce promesas es éste: refugiaos del Diluvio de pecados de hoy día en la vida interior, en el cuidado de vuestra salvación; haced todo lo que podáis porque venga mi Reino, a pesar del poder del Reino de Satán; todos los demás asuntos vuestros, incluso el asunto temeroso de vuestra salvación, dejadlos por mi cuenta; yo respondo de todo.

O sea, amadme sinceramente, imitad mi modo de ser, escondeos en mi Corazón y echad de vosotros todo temor.

Yo soy el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega: todo el que se confía a Mí no puede perecer.