sábado, 12 de diciembre de 2009


LAS TRES VIDAS


Para Aristóteles, las tres vidas típicas del hombre son la vida pueril, la vida política y la vida especulativa.

Para él, la primera tiene por fin el placer; la segunda el honor y la gloria; la tercera la contemplación; como si dijéramos la vida del divertido; la vida del hombre de acción; la vida del sabio.

Con el cristianismo, tenemos que la vida estética es la dominada por el placer; la vida ética está bajo el signo de la lucha y la victoria; la vida religiosa es la regida por el sufrimiento.



El estadio estético


La vida estética es la de los que viven en la superficie de las cosas; es la vida dominada por el placer, aunque sea el placer estético. Es la vida en el plano de las sensaciones, de las imágenes, del sentimentalismo, la vida tanguera. No es que no tengan razón y raciocinio; pero la razón está rebajada de plano.

Es muy de notar que se puede ser muy religioso, muy devoto, y también muy moral, muy correcto, y vivir en el plano estético. Plano estético no designa al libertino vulgar, al atolondrado vulgar o al farrista vulgar solamente: es una categoría filosófica que tiene valor universal.

El vivir en el plano estético trae el vivir en las apariencias, en la exterioridad; el atolondramiento, la tilinguería, la irresponsabilidad, la amoralidad, la botaratería, la estulticia, el sentimentalismo, la guaranguería..., para curarlas hay que subir al plano moral, por medio de un salto.

Nuestros abuelos describían el tipo estético con una sola palabra: el casquivano, el huero, el disipado.

Cualquier retrato que se haga no lo cubre todo, es una categoría filosófica, precisa pensarlo en términos generales: el casquivano de todos los grados, aun de los grados más altos...

Se trata de la vida interior, del centro de gravedad total de la vida, y no del material de que está hecha nuestra vida; y mucho menos del vestido o disfraz que llevamos.



El estadio ético


La vida ética es la que está polarizada a la lucha y la Victoria — a la gloria, dice Aristóteles.

El hombre ético es el que está poseído por el sentimiento de justicia y del orden: el hombre adherido a la moral.

El gran estadista es el tipo de esta vida para Aristóteles, que por eso la llama “vida política”; y dice que es una gran vida, pero que no es la superior.

El gran estadista es el hombre de la pasión ética, de la lucha, de la victoria en el campo de la moral, es decir, en el campo del alma de los hombres, las multitudes y las naciones.

El retrato común del Caballero de la Moral es el retrato del “Consejero Regio” o sea como si dijéramos, del juez de la Corte Suprema. Es un hombre de costumbres estrictas o al menos correctas, de ideas conservadoras, de sentimientos moderados; no propenso al éxtasis, más bien propenso a la solemnidad. Es el hombre intachable, por lo menos nadie ha podido nunca poner una tacha en él; ni él permitirá que nadie se la ponga: tiene el sentimiento y el cuidado de su honor: justamente por eso Aristóteles pone a la Gloria como el fin de esta clase de vida. Para él, las palabras vicio y virtud tienen una validez terrible; el honor no es una palabra huera.

El honor: llegará un momento difícil en su vida (que él hará todo lo posible para que no llegue, pero que puede llegar) y el Consejero abandonará su puesto en el Consejo Real para no ensuciar su honor.

Este tipo es el que constituye —es decir, debería constituir, —la media de la vida humana, el tejido general de la sociedad, o en último caso, lo que llaman las clases dirigentes.

En suma, los que deben dirigir, necesitan de la moral: si no la tienen deben fingirla por lo menos, o ponerse a adquirirla.



El estadio religioso


Es para Aristóteles la vida contemplativa, y está bajo el signo de la contemplación; Kirkegor dice, duramente, que está bajo el signo del sufrimiento.

Si Kirkegor dijo que lo religioso está bajo el signo del sufrimiento, no dijo como el pérfido apóstata Renan, que “la verdad es triste”, ni la tristeza de Kirkegor es la desesperación de Lutero.

Si la religión está bajo el signo del sufrimiento, quiere decir que el hombre que está en el plano religioso es el hombre que ha mirado de una vez por todas cara a cara a la vida —y también a la muerte—; y habiendo aceptado la vida, y habiendo aceptado la muerte, se ha puesto de un golpe en el centro de la realidad, y se ha puesto en relación de inmediatez con lo divino.

1°- Al hombre religioso este mundo le aparece como un espectáculo —lo mismo que al hombre estético.

2°- La vida le aparece como una lucha —lo mismo que al hombre ético.

3°- Pero le aparece como una lucha sin victoria —es decir, como un sufrimiento, y en eso se diferencia de los otros dos.


Además él se siente débil, en tanto que los otros se sienten sólidos y seguros; se sienten en un mundo sólido, en tierra firme; él está en equilibrio inestable. Cae cada dos por tres en un abismo, del cual sale braceando duramente; pero cuando sale a la superficie, se da cuenta que las olas en que vive son la realidad de la vida; y que la tierra firme de los otros es pura apariencia.

Por lo cual puede contemplar esos dos mundos de los otros —el mundo de lo sensible y el mundo de la moral— con un poco de “humorismo”.

Y esto, y nada más, es la “tristeza cristiana”.

El que está en relación directa con Dios está en relación con una cosa más grande que el hombre: una cosa tremenda.



Los tres estadios en la vida social


Sociológicamente hablando, los hombres se dividen en tres grandes clases: sabios, guerreros y gente común.

Esta división se basa en la misma estructura esencial del ser humano y en los tres estados posibles de su intelecto: intelecto especulativo, intelecto práctico y sentido común. El intelecto es lo que define al hombre.

Sabios o metafísicos son los hombres que tienen un exceso de intelecto especulativo o bien están conjuntos socialmente con ellos formando un cuerpo: el sabio y todos los que con él participan y comulgan; no el hombre de ciencia de hoy, posesor de la técnica y carente de la sabiduría, sino el posesor de la ciencia sagrada, de la ciencia de salvación.

Señores o guerreros son los hombres sobresalientes en intelecto práctico. Son los aptos para gobernar, siempre y cuando se mantengan unidos a los sabios y reciban su luz de ellos.

“El inteligente debe gobernar”, decían los antiguos, “intelligentis est ordinare”; pero ordinariamente no debe gobernar por sí mismo, sino inspirar el gobierno; para el cual tiene condiciones de luz pero le faltan casi siempre condiciones de ímpetu; por la sencilla razón de que el hombre es limitado y no puede dedicarse a dos cosas a la vez.

El señor o guerrero no se diferencia del sabio por tener una inteligencia menor; no es cuestión propiamente de grado sino de aplicación: su inteligencia no está aplicada a los fines sino a los medios, y además (y por eso mismo) está calzada y como penetrada por la voluntad, el ímpetu, la pasión.

La pasión es necesaria para la acción, son los “hombres de acción”, los hombres que se exaltan en la lucha; pero de suyo la pasión circunscribe y estrecha el intelecto.

La gente común son los que no tienen excelencia de entendimiento de ningún género, sino a lo más sentido común, y ése lo tienen solamente de prestado, por la luz que viene de arriba y se difunde en el ambiente cultural común, sin negar por eso que tengan intelecto propio con su propia actividad espontánea, por supuesto; porque no hablamos aquí de la facultad, que todo hombre posee, sino de su actuación social y de su ejercicio de hecho.



Paso de un estadio a otro


En esta división de los planos de la vida interior hay un salto: de una vida a la otra no se pasa progresivamente sino por medio de un salto, que a veces tiene todas las apariencias de un salto en el vacío. No hay continuidad entre ellas, como no hay en sus objetos: es lo que se llama conversión o metanoia.

No se pasa de la vida de diversiones a la vida del honor y de la acción sino por medio de una ruptura; mucho menos se pasa de la vida ética a la religiosa sin rupturas fragorosas.

Pero, a pesar del salto, hay como dos estados transitorios entre un plano y otro; que no eliminan el salto, pero lo preparan. Entre la vida estética y la ética existe la ironía, entre la vida ética y la religiosa, el humorismo.

Del estadio ético se pasa de un salto al estadio religioso; no se puede pasar gradualmente. El humor es lo que prepara (no elimina, prepara) el salto de lo ético a lo religioso.

¿Qué tiene que ver la ironía y el humor, con estas cosas morales y teológicas? ¿No es la misma cosa la ironía y el humor? No, son distintos: ambos son estilo indirecto, pero la ironía es una cosa más directa y el humor una cosa más amplia, sutil y profunda; aunque nada impide que a veces anden mezclados.

La ironía es expresar una cosa diciendo su contraria, es decir las cosas al revés. En definitiva, la ironía surge de la indignación o del enfado; es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; es estilo “pregnante”, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo.

El amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía.

Es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los “anéticos”. El hombre magnánimo usa de la ironía, dice Aristóteles.

El humor surge del desapego; es el cansancio o el enfado o el desapego de las cosas sensibles lo que hace crecer nuestra interioridad, nos prepara al salto famoso. El humor es propio del hombre noble.


El hombre mundano cansado de los placeres, como hastiado o despechado, es siempre ironista. ¿Por qué? Porque está a la puerta del orden moral.

En cambio, el humor es el desapego de las cosas y de sí mismo; pero no se puede desapegar uno de sí mismo, si no tiene un asidero más arriba.

El infinito está detrás de las cosas comunes; pero el infinito no puede ser insertado en el lenguaje común, porque simplemente no cabe; y entonces, es aludido por ciertas resquebraduras o súbitos vuelos de las cosas, que dan una especie de choques a la retórica y a la mente; por cierto a veces el choque de lo sublime.

Dios puede pedirnos lo imposible. Justamente el hombre religioso es el que cree que Dios puede hacer lo imposible: cree en el milagro y vive en el misterio. El misterio y el milagro injertados en la propia vida, ésa es la característica del hombre religioso. Y el milagro injertado en un pobre macaco humano, es humorístico.



BIBLIOGRAFIA

De Kirkegord a Tomás de Aquino. Editorial Guadalupe.

10: Las Tres Vidas


Su Majestad Dulcinea. Patria Grande, Buenos Aires, 1974.

X: Villa Desesperación, páginas 217-219


El Ruiseñor Fusilado. Ediciones Penca, Buenos Aires, 1952.

13: El Humor


Castellani por Castellani. Ediciones Jauja, Mendoza,1999.

El Mártir y el Tirano
Dos Cartas sobre la Santidad.


Domingueras Prédicas. Ediciones Jauja, Mendoza, 1998.

Domingo Cuarto después de Pentecostés.