sábado, 12 de diciembre de 2009


LAS TRES VIDAS


Para Aristóteles, las tres vidas típicas del hombre son la vida pueril, la vida política y la vida especulativa.

Para él, la primera tiene por fin el placer; la segunda el honor y la gloria; la tercera la contemplación; como si dijéramos la vida del divertido; la vida del hombre de acción; la vida del sabio.

Con el cristianismo, tenemos que la vida estética es la dominada por el placer; la vida ética está bajo el signo de la lucha y la victoria; la vida religiosa es la regida por el sufrimiento.



El estadio estético


La vida estética es la de los que viven en la superficie de las cosas; es la vida dominada por el placer, aunque sea el placer estético. Es la vida en el plano de las sensaciones, de las imágenes, del sentimentalismo, la vida tanguera. No es que no tengan razón y raciocinio; pero la razón está rebajada de plano.

Es muy de notar que se puede ser muy religioso, muy devoto, y también muy moral, muy correcto, y vivir en el plano estético. Plano estético no designa al libertino vulgar, al atolondrado vulgar o al farrista vulgar solamente: es una categoría filosófica que tiene valor universal.

El vivir en el plano estético trae el vivir en las apariencias, en la exterioridad; el atolondramiento, la tilinguería, la irresponsabilidad, la amoralidad, la botaratería, la estulticia, el sentimentalismo, la guaranguería..., para curarlas hay que subir al plano moral, por medio de un salto.

Nuestros abuelos describían el tipo estético con una sola palabra: el casquivano, el huero, el disipado.

Cualquier retrato que se haga no lo cubre todo, es una categoría filosófica, precisa pensarlo en términos generales: el casquivano de todos los grados, aun de los grados más altos...

Se trata de la vida interior, del centro de gravedad total de la vida, y no del material de que está hecha nuestra vida; y mucho menos del vestido o disfraz que llevamos.



El estadio ético


La vida ética es la que está polarizada a la lucha y la Victoria — a la gloria, dice Aristóteles.

El hombre ético es el que está poseído por el sentimiento de justicia y del orden: el hombre adherido a la moral.

El gran estadista es el tipo de esta vida para Aristóteles, que por eso la llama “vida política”; y dice que es una gran vida, pero que no es la superior.

El gran estadista es el hombre de la pasión ética, de la lucha, de la victoria en el campo de la moral, es decir, en el campo del alma de los hombres, las multitudes y las naciones.

El retrato común del Caballero de la Moral es el retrato del “Consejero Regio” o sea como si dijéramos, del juez de la Corte Suprema. Es un hombre de costumbres estrictas o al menos correctas, de ideas conservadoras, de sentimientos moderados; no propenso al éxtasis, más bien propenso a la solemnidad. Es el hombre intachable, por lo menos nadie ha podido nunca poner una tacha en él; ni él permitirá que nadie se la ponga: tiene el sentimiento y el cuidado de su honor: justamente por eso Aristóteles pone a la Gloria como el fin de esta clase de vida. Para él, las palabras vicio y virtud tienen una validez terrible; el honor no es una palabra huera.

El honor: llegará un momento difícil en su vida (que él hará todo lo posible para que no llegue, pero que puede llegar) y el Consejero abandonará su puesto en el Consejo Real para no ensuciar su honor.

Este tipo es el que constituye —es decir, debería constituir, —la media de la vida humana, el tejido general de la sociedad, o en último caso, lo que llaman las clases dirigentes.

En suma, los que deben dirigir, necesitan de la moral: si no la tienen deben fingirla por lo menos, o ponerse a adquirirla.



El estadio religioso


Es para Aristóteles la vida contemplativa, y está bajo el signo de la contemplación; Kirkegor dice, duramente, que está bajo el signo del sufrimiento.

Si Kirkegor dijo que lo religioso está bajo el signo del sufrimiento, no dijo como el pérfido apóstata Renan, que “la verdad es triste”, ni la tristeza de Kirkegor es la desesperación de Lutero.

Si la religión está bajo el signo del sufrimiento, quiere decir que el hombre que está en el plano religioso es el hombre que ha mirado de una vez por todas cara a cara a la vida —y también a la muerte—; y habiendo aceptado la vida, y habiendo aceptado la muerte, se ha puesto de un golpe en el centro de la realidad, y se ha puesto en relación de inmediatez con lo divino.

1°- Al hombre religioso este mundo le aparece como un espectáculo —lo mismo que al hombre estético.

2°- La vida le aparece como una lucha —lo mismo que al hombre ético.

3°- Pero le aparece como una lucha sin victoria —es decir, como un sufrimiento, y en eso se diferencia de los otros dos.


Además él se siente débil, en tanto que los otros se sienten sólidos y seguros; se sienten en un mundo sólido, en tierra firme; él está en equilibrio inestable. Cae cada dos por tres en un abismo, del cual sale braceando duramente; pero cuando sale a la superficie, se da cuenta que las olas en que vive son la realidad de la vida; y que la tierra firme de los otros es pura apariencia.

Por lo cual puede contemplar esos dos mundos de los otros —el mundo de lo sensible y el mundo de la moral— con un poco de “humorismo”.

Y esto, y nada más, es la “tristeza cristiana”.

El que está en relación directa con Dios está en relación con una cosa más grande que el hombre: una cosa tremenda.



Los tres estadios en la vida social


Sociológicamente hablando, los hombres se dividen en tres grandes clases: sabios, guerreros y gente común.

Esta división se basa en la misma estructura esencial del ser humano y en los tres estados posibles de su intelecto: intelecto especulativo, intelecto práctico y sentido común. El intelecto es lo que define al hombre.

Sabios o metafísicos son los hombres que tienen un exceso de intelecto especulativo o bien están conjuntos socialmente con ellos formando un cuerpo: el sabio y todos los que con él participan y comulgan; no el hombre de ciencia de hoy, posesor de la técnica y carente de la sabiduría, sino el posesor de la ciencia sagrada, de la ciencia de salvación.

Señores o guerreros son los hombres sobresalientes en intelecto práctico. Son los aptos para gobernar, siempre y cuando se mantengan unidos a los sabios y reciban su luz de ellos.

“El inteligente debe gobernar”, decían los antiguos, “intelligentis est ordinare”; pero ordinariamente no debe gobernar por sí mismo, sino inspirar el gobierno; para el cual tiene condiciones de luz pero le faltan casi siempre condiciones de ímpetu; por la sencilla razón de que el hombre es limitado y no puede dedicarse a dos cosas a la vez.

El señor o guerrero no se diferencia del sabio por tener una inteligencia menor; no es cuestión propiamente de grado sino de aplicación: su inteligencia no está aplicada a los fines sino a los medios, y además (y por eso mismo) está calzada y como penetrada por la voluntad, el ímpetu, la pasión.

La pasión es necesaria para la acción, son los “hombres de acción”, los hombres que se exaltan en la lucha; pero de suyo la pasión circunscribe y estrecha el intelecto.

La gente común son los que no tienen excelencia de entendimiento de ningún género, sino a lo más sentido común, y ése lo tienen solamente de prestado, por la luz que viene de arriba y se difunde en el ambiente cultural común, sin negar por eso que tengan intelecto propio con su propia actividad espontánea, por supuesto; porque no hablamos aquí de la facultad, que todo hombre posee, sino de su actuación social y de su ejercicio de hecho.



Paso de un estadio a otro


En esta división de los planos de la vida interior hay un salto: de una vida a la otra no se pasa progresivamente sino por medio de un salto, que a veces tiene todas las apariencias de un salto en el vacío. No hay continuidad entre ellas, como no hay en sus objetos: es lo que se llama conversión o metanoia.

No se pasa de la vida de diversiones a la vida del honor y de la acción sino por medio de una ruptura; mucho menos se pasa de la vida ética a la religiosa sin rupturas fragorosas.

Pero, a pesar del salto, hay como dos estados transitorios entre un plano y otro; que no eliminan el salto, pero lo preparan. Entre la vida estética y la ética existe la ironía, entre la vida ética y la religiosa, el humorismo.

Del estadio ético se pasa de un salto al estadio religioso; no se puede pasar gradualmente. El humor es lo que prepara (no elimina, prepara) el salto de lo ético a lo religioso.

¿Qué tiene que ver la ironía y el humor, con estas cosas morales y teológicas? ¿No es la misma cosa la ironía y el humor? No, son distintos: ambos son estilo indirecto, pero la ironía es una cosa más directa y el humor una cosa más amplia, sutil y profunda; aunque nada impide que a veces anden mezclados.

La ironía es expresar una cosa diciendo su contraria, es decir las cosas al revés. En definitiva, la ironía surge de la indignación o del enfado; es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; es estilo “pregnante”, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo.

El amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía.

Es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los “anéticos”. El hombre magnánimo usa de la ironía, dice Aristóteles.

El humor surge del desapego; es el cansancio o el enfado o el desapego de las cosas sensibles lo que hace crecer nuestra interioridad, nos prepara al salto famoso. El humor es propio del hombre noble.


El hombre mundano cansado de los placeres, como hastiado o despechado, es siempre ironista. ¿Por qué? Porque está a la puerta del orden moral.

En cambio, el humor es el desapego de las cosas y de sí mismo; pero no se puede desapegar uno de sí mismo, si no tiene un asidero más arriba.

El infinito está detrás de las cosas comunes; pero el infinito no puede ser insertado en el lenguaje común, porque simplemente no cabe; y entonces, es aludido por ciertas resquebraduras o súbitos vuelos de las cosas, que dan una especie de choques a la retórica y a la mente; por cierto a veces el choque de lo sublime.

Dios puede pedirnos lo imposible. Justamente el hombre religioso es el que cree que Dios puede hacer lo imposible: cree en el milagro y vive en el misterio. El misterio y el milagro injertados en la propia vida, ésa es la característica del hombre religioso. Y el milagro injertado en un pobre macaco humano, es humorístico.



BIBLIOGRAFIA

De Kirkegord a Tomás de Aquino. Editorial Guadalupe.

10: Las Tres Vidas


Su Majestad Dulcinea. Patria Grande, Buenos Aires, 1974.

X: Villa Desesperación, páginas 217-219


El Ruiseñor Fusilado. Ediciones Penca, Buenos Aires, 1952.

13: El Humor


Castellani por Castellani. Ediciones Jauja, Mendoza,1999.

El Mártir y el Tirano
Dos Cartas sobre la Santidad.


Domingueras Prédicas. Ediciones Jauja, Mendoza, 1998.

Domingo Cuarto después de Pentecostés.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Relación entre inteligencia y gobierno


LA ERMITA DEL PADRE CASTELLANI

El Reverendo Padre Leonardo Castellani sobresale como Doctor y Profeta en medio de la maraña de esos “sofistas brillantes, hábiles y perversos; trompeteros del Anticristo, al servicio de la gran correntada del siglo, de la época enferma; adoradores vanamente esperanzados del paraíso en la tierra por las solas fuerzas del hombre”, como él mismo los definiera.

Es por eso que queremos estudiar la situación actual y su desenlace a la luz de las enseñanzas de este profeta de los últimos tiempos.

Son sus libros y sus artículos los que nos encauzan y nos hacen descubrir los senderos apocalípticos que conducen a la Jerusalén Celestial.


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INTELIGENCIA, GOBIERNO Y DECADENCIA

Resumen de la doctrina del R.P. Castellani
Trabajo realizado por un “repetidor”


DESORDEN ESTRUCTURAL

La causa formal de la decadencia de una sociedad o institución, la causa principal, la intrínseca y especificante, no es otra que la “confusión de las personas” o desorden estructural.

La sociedad en definitiva se compone de personas; y su descoyuntamiento, por ende, se produce cuando las personas son desplazadas de su propio lugar social, y puestas donde no deberían estar.

Para ilustrar este despatarro, conviene recordar la división de las personas, socialmente consideradas. En efecto, trasladando a lo sociológico la pirámide del poder, hay cuatro estratificaciones sociales que configuran una especie de pera, que si están en buen orden y figura, estructuran una sociedad asentada y próspera; mas lo inverso en caso contrario. Estas estratificaciones son:

  • Los creadores
  • Los asimiladores
  • Los realizadores
  • Los brutos

La primera capa está constituida por los varones de invención, originalidad y conquista; casi siempre personalidades aisladas y difíciles —al juicio de los “brutos”. Cuando esta capa no existe, la sociedad se atrasa; pero mucho peor es cuando la pera está invertida, y su cúspide está oprimida por la masa amorfa —cuyo ínfimo límite son los tarados y los amorales—; y entonces sobrevienen la confusión, la anarquía o la tiranía.

Suprimid los creadores en una sociedad, y ella no puede ir adelante, tiene que caer. Y para suprimirlos el remedio es sencillo, basta ponerlos en el último lugar, abajo de todos.

Como ejemplo de este desorden estructural tenemos que en la Argentina existe una pseudo clase dirigente, que es mala; es inepta y renegada; traidora incluso en muchos particulares de ella, es decir, “entregadora”.


PRE-EXCELENCIA DEL PENSAMIENTO

La doctrina de Santo Tomas acerca de la inteligencia en la sociedad establece la pre-excelencia del pensamiento.

El fin de la multitud, como el fin del individuo, es el pensamiento. Como en el individuo la inteligencia es “la porción más preciosa”, del mismo modo en la humanidad los doctores y los pensadores están en primera fila.

Los más nobles contemplativos son los doctores, es decir, los iluminadores; los que, alumbrados ellos mismos, son capaces de alumbrar a los otros del rebalse de su contemplación. Tales son los obispos, los teólogos, los profesores, los predicadores.

Santo Tomás busca los nombres más excelsos para realzar la dignidad del sabio que enseña en nombre de Dios, como es el obispo (cuando el obispo es un sabio, como solían ser en su tiempo) o, cuando menos, sabe servirse de los sabios.

El obispo y el doctor en teología, cuyo influjo abarca lo universal, tiene la acción arquitectónica. Su deber es cuidar de los fines y de los principios; su vista debe ser capaz de abarcar las grandes líneas y las cosas hacederas antes de que estén hechas.


INTELIGENCIA Y VOLUNTAD

Los creadores representan la actividad intelectual en su grado íntegro y desbordante.

Los realizadores o ejecutores representan la actividad volitiva, bajo el influjo de los creadores. Son los hombres de acción; que dejados solos no pueden ir muy lejos, porque no pueden ver muy lejos.

Retomando el ejemplo de Santo Tomás, el buen obispo no es aquel que es un “primer párroco”, un párroco grande, un párroco con mayor parroquia. Su trabajo es de esencia distinta, como la del arquitecto respecto al oficial frentista.

La idea que debe regir la sociedad no es la idea técnica o sistemática, o —peor aún— la idea despegada de lo real; sino la idea vitalizada, la idea profunda, la idea inmanente, enraizada al querer, que será tanto más rica y real cuanto más imperio alcance sobre todo lo que en el hombre no es espíritu.

El ordenar pertenece a la inteligencia. Por inteligencia entendían los antiguos, no la razón ni el discurso, (que en el hombre de acción puede darse muy vigente), sino la intuición de los principios, y, por ende, la síntesis sistemática de la doctrina: el saber completo de las causas últimas.

Sin embargo, los creadores sin los hombres de acción, sin los realizadores, son como cabezas sin brazos; pues aunque nada impide que un genio intelectual sea también un hombre de acción, en la práctica, y dada la limitación humana, el “exessus intellectus” pone trabas a la actividad ejecutiva, dirigida a lo contingente, a lo práctico, a lo posible.

Es importante establecer las relaciones entre el pensamiento y la acción. Es necesario marcar los fueros de la voluntad y el campo del “hombre práctico”, o sea del ejecutor o realizador, para no caer en un resbaloso racionalismo político.

Sin embargo, estos hombres “prácticos”, los hombres de acción o conductores (dejando de lado a los practicones y a los “briosos sin luces”) deben estar bajo el régimen, control o influjo de los hombres de gran poder intelectivo.

De la falta de este orden racional y natural se siguen las tan notables faltas en nuestros días.


INTELIGENCIA Y GOBIERNO

En el caso de un rey no genial, la inteligencia gobierna lo mismo por medio de los sabios consejeros a los cuales el rey naturalmente se remite, como lo hace todo simple que no sea insensato.

Un hombre simple o sin letras, en un gobierno pequeño y con una gran dosis de virtud y humildad puede hacerlo pasablemente y hasta muy bien.

Pero un gobierno gobierno necesita per prius y de entrada la inteligencia y después la virtud; la virtud mínima necesaria para que no se corrompa la inteligencia, a la cual formalmente compete el regir: Intelligentis est ordinare.

Santo Tomas llama enérgicamente a la inversión de este orden “monstruosidad” (De Anima, Lección XVI, 843-844).

¿Qué ha pasado en nuestros días? A causa de esta falta de orden racional y natural, la sociedad se encuentra peligrosamente convulsionada. Y aquí tocamos la raíz del mal: en todo el mundo moderno, la contemplación ha sido puesta por debajo de la acción, que es como decir ha sido suprimida o pervertida.

Santo Tomás proclama en consecuencia, aun en el dominio temporal, un “gobierno de las luces”, y califica de “monstruosidad”, de “desorden”, de “aberración” que se dé el caso (tan frecuente) de “uno que preside no por preeminencia intelectual”, sino por brío de voluntad, dinero, violencia, color de falsa piedad, artimañas, vivezas o fraude.

“Aquellos hombres que descuellan en actividad operativa es preciso que sean dirigidos por los que en actividad intelectiva descuellan; porque así como en las obras de un individuo el desorden surge cuando la actividad sensual dirige a la intelectual, del mismo modo, en el régimen colectivo el desorden se origina de que alguno está mandando no por preeminencia intelectual”.

De donde la disyunción entre si de estas dos clases (creadores y realizadores) origina parálisis; su inversión (por la cual los prácticos y enérgicos son puestos encima de los inteligentes) origina decadencia, como empezó a pasar desde el siglo XVII en el mundo, e incluso en la Iglesia.


¿Qué es peor, un gobernante malvado o un gobernante tonto?

Si damos a tonto el significado de cortedad de ingenio, es decir de pocos alcances naturales, mente “poco amueblada”, de reducido campo lumínico, salen inmediatamente las siguientes notas caracterológicas:

  • Tonto = ignorante.
  • Simple = tonto que se sabe tonto.
  • Necio = tonto que no se sabe tonto.
  • Fatuo = tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo.
  • Insensato = tonto que no se sabe tonto y además quiere gobernar, o hacer que gobierna a otros.

Esta última variedad es la tremenda; mientras las dos primeras no son malas, y hasta con ciertas condiciones fueron amadas por Cristo.


REPETIDORES Y MEDIOLETRADOS

Hemos definido el lugar que ocupan los creadores y los realizadores. Veamos ahora donde se sitúan los asimiladores o repetidores.

Doctor significa sabio, erudito. Antaño, el doctor era el capaz de enseñar una ciencia, o bien todas las ciencias armadas en sabiduría. Doctor significa “enseñador”.

Filósofos no son los que repiten ideítas o esquemitas o sistemitas de otros; filósofo es el hombre capaz de pensar la realidad presente y digerirla en proposiciones abstractas claras (sistemáticas), convincentes (demostrables) y practicables (vitales).

Los doctores tenían bajo sí a los repetidores.

El repetidor es un hombre con facilidad y fluencia de palabra; capaz de captar rápido las ideas, explanarlas, exponerlas, hacerlas interesantes, vulgarizarlas.

Las doctrinas difíciles de los maestros, en boca del repetidor devienen fáciles; las oscuras se vuelen claras; las técnicas y duras se hacen amenas; las diversas se homologan y contactan.

El maestro sabe las cosas como son, y no sabe el modo de decirlas lindo. El maestro tiene fondo, y el repetidor tiene forma.

El repetidor es necesario; pero antaño dependía del maestro, del hombre enamorado de la Verdad, absorto con ella, distraído, desatento y desdeñoso.

Santa Teresa aconsejaba a sus monjas tener “confesores letrados”, y desconfiarle mucho a los “medioletrados”, los cuales –dice– me han engañado hartas veces”.

Por lo tanto, en tiempos de la Santa, era posible, incluso a monjas sencillas, distinguir los letrados de los semiletrados.

Pues bien, he aquí la diferencia capital de aquellos tiempos con el nuestro. En nuestro tiempo ya no es posible; y de esto nacen muchos males.

En aquellos tiempos los letrados eran raros (en el sentido de escaso y de precioso); y ser letrado o doctor era una cosa seria.

¿Qué ha pasado en nuestra época? El repetidor tomó los comandos y los doctores dependen de él, y deben estudiar para suministrarle “ideas”.

Encontramos aquí el mismo problema que hemos evocado a propósito de la inversión de valores entre los creadores y los realizadores.

El repetidor, bautizado “conferencista”, divierte a la gente; y la gente paga a quien le divierte, no paga a quien lo educa o lo salva.

El mundo moderno se ha especializado en la producción de medioletrados, y eso en tal cantidad que ya no es posible distinguir entre ellos al Letrado.

La mistificación constituye una de las más agudas epidemias mundiales; y eso pasa cuando en las letras mandan los medioletrados. La mistificación es una de las clases de mentiras mas peligrosas, peor que la moneda falsa.

En suma, el intelecto que debe regir la sociedad no es el intelecto de los actuales “intelectuales”, sino el Saber, la Sapiencia, la Sabiduría que abarca desde el humilde sentido común —abajo— pasando por la cordura —al medio— hasta la visión o intuición creadora.

Se podría preguntar qué lugar ocupan los falsos valores, es decir, los simuladores, los mistificadores, los sofisticados.

Si creadores y realizadores se definen por los que hacen; los asimiladores por los que reciben y los brutos por los que estorban, evidentemente los intelectualoides, los inteligentones y los inteligentuales se van al rango de los brutos.

En realidad ese tipo social, tan abundante hoy día, los inteligentones, intelectualoides e inteligentuales, son corrupciones de los creadores y de los realizadores, son “luciferinos”, que perturban y soliviantan con sus falsas luces al pueblo, originando su rebelión, y, en consecuencia “la confusión de las personas”, causa formal de la caída.

Pero eso no es evidente, puesto que no parecen brutos sino todo lo contrario, brillan con todos los fulgores de la mistificación y la “propaganda”: dirigen bibliotecas y casas editoras, son propuestos al público indefenso como maestros y guías de las naciones; y, en países dejados de la mano de Dios, hasta gobiernan la educación de la niñez y de la juventud.


LA RAZA INFERIOR

Estamos en el tiempo del triunfo de los mediocres y de los tunantes.

Sin embargo, es bueno recordar que cuando el mediocre está en su lugar, no hace daño alguno; al contrario, es el tejido general de la sociedad, el tejido leñoso sin el cual no hay fruto ni flor: son los asimiladores y realizadores.

El temible es el mediocre engreído, el “tunante”. Y todo mediocre con mando es casi necesariamente engreído; es decir, necio e insensato.

Armémonos de paciencia, porque este problema no tiene solución mientras dure el triunfo de la raza inferior: la rebelión de las masas, la demagogia, la decadencia de Occidente, el tiempo del hombre prometeico, o como quieran llamarlo.

Pereda vio este fenómeno en España y lo definió, aunque no llegó a su causa última. Vio microscópicamente la urdimbre de la “revolución” (de la Subversión”, como corregiría Mahieu) en una fingida aldeúca castellana de 300 habitantes, Coteruco del Valle.

La subversión total y repentina de Coteruco se produce par la acción de cuatro pseudos(tres bribones y un “idiota útil”) que se erigen en mandatarios par malas artes y apoyados desde afuera, es decir, desde Madrid, derrotando tan completa como inesperadamente a “los buenos”.

En el fondo, el poder social estaba vacante y vacío; y la autoridad, en manos de pseudos”, no tenía legitimación...

Cuando Francisco Suárez en el siglo XVII opuso el intelecto práctico al especulativo y lo puso por encima, llevó el cuchillo a la garganta de la tradición occidental.

Muy pronto la filosofía de Suárez devino la filosofía del Imperio e influyó en toda Europa, y en España hasta nuestros días.

Sospecho que la actual decadencia de la Compañía de Jesús comenzó cuando se puso en práctica la idea de Suárez en la elección de superiores, prefiriendo para ello a los prácticos”, o sea a los briosos y sin letras”.

Pereda, en su obra ultima, intentó definir el remedio: hombres ilustrados e íntegros que tomen prácticamente el mando de toda la comunidad al margen de los “pseudos” (las autoridades legales oficiales e ilegítimas), que cultivasen y orientasen los pueblos, o sea, la creación de una nobleza parafeudal; los cuales se reunirían todos instintivamente en el caso de una conmoción.

Sin embargo se le escapa todavía a Pereda el último principio unitivo, que es la contemplación.

Lo malo del mundo de hoy es que está lleno de sotas a caballo: sotas de oro, sotas de basto, sotas de copa y sotas de espada. Quién sabe por qué razón, nuestro tiempo está plagado de petisos montados en tremendos frisones, que lo pisotean y lo atropellan todo, porque siendo miopes, ni siquiera ven lo que tienen ante las patas. No respetan cercos, se meten en todas partes, matan ovejas, arruinan sementeras, espantan los pájaros, trotan donde hay música y a veces atropellan un niño, una mujer o un obrero absorto en su trabajo.

El aparato de selección humana, el “movimiento que pone a los hombres en su lugar”, nunca ha funcionado en el mundo sin deficiencias; pero ahora parece no funcionar o funcionar al revés.

¿Cuál será la causa de este gran desbarajuste? Esto que pasamos y vemos no es necesariamente, ni puede ser, una cosa substancial, sino accidental, histórica, no esencial: una crisis.

“Estamos en una crisis tal, que parecería que nada se puede arreglar si no se arregla todo”, escribió Maritain.

Entonces, si solamente por Jesucristo puede resolverse la crisis de nuestra civilización, eso significa la Segunda Venida de Cristo; precedida, eso sí, del hórrido desencadenamiento del falso-Superhombre…

No hay otra civilización más que la nuestra, que está ahora asediada y en guerra.

No hay otra posición posible para el occidental, que la aguerrida y heroica: salvarla o morir con ella.

Por donde se ve que el drama de la raza inferior tiene su intríngulis; y no deja de tener atinencia no oculta, sino clara y directa, con él drama de la época y del mundo.


Bibliografía

  • Seis Ensayos y Tres Cartas.
2ª edición, Biblioteca Dictio, 1978.
4La Inteligencia y el Gobierno, agosto 1941. Páginas 25-36
4Decadencia de las sociedades. Páginas 107-145

  • Las Canciones de Militis.
3ª edición, Biblioteca Dictio, 1977.
4Medioletrados, julio 1943. Páginas 49-51

  • Un País de Jauja. Reflexiones Políticas
Ediciones Jauja, 1999.
4La Raíz de la Decadencia, abril 1967. Páginas 42-44

  • El Ruiseñor Fusilado. El Místico
Ediciones Penca, 1952.
49. La Mina de Oro. Páginas 42-46
414. La Raza Inferior. Páginas 65-6

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Camperas


HUIDA

Una vez atraparon a un monje que venía huyendo a toda furia mirando hacia atrás.

— ¡Párese! ¡Párese, don! ¡¿Adónde va?!

El anacoreta estaba que no lo sujetaban ni a pial doble.

— ¿Qué le pasa? ¿Quién lo corre?

— ¿Lo persigue alguna fiera?

— Peor —dijo el ermitaño.

— ¿Lo persigue la viuda?

— Peor.

— ¿Lo persigue la muerte?

El anacoreta dio un grito:

— ¡Algo peor que la demencia! —y siguió huyendo.

Venía atrás al galope un necio con poder.